Comentario
El sociólogo Max Weber encontró que el protestantismo estaba en la base del desarrollo del sistema capitalista. Para Weber, la ética propuesta por el protestantismo favorecía la búsqueda del éxito económico personal, por contraposición a la moral cristiana, para la cual cuestiones como el enriquecimiento o el préstamo eran claramente pecaminosas. Así, la ética protestante debió influir en el desarrollo del espíritu capitalista. La Iglesia católica, desde este punto de vista, habría obstaculizado tradicionalmente con escrúpulos morales el logro de ganancias mediante el comercio y el préstamo a interés. La Reforma -particularmente en su desarrollo calvinista- contribuyó por el contrario, según esta visión, al avance de una mentalidad que hacía del éxito en los negocios un signo de elección divina. Ello no impidió, sin embargo, que el capitalismo tuviera origen en áreas de profunda raigambre católica.
Es cierto, pese a todo, que en el siglo XVI la burguesía de determinados países en los que se extendió el protestantismo careció de las veleidades aristocráticas de las clases medias de otras áreas, en particular la mediterránea. Pero esto llevaría a otro tipo de consideraciones. La burguesía mercantil de los Países Bajos es citada como paradigma de una clase social austera, entregada a los negocios y que desdeñaba las vanidades del fasto aristocrático. A pesar de ello, se difundió un cierto estilo neoaristocrático en medio de los patriciados urbanos de aquellas provincias. La mejor predisposición para los negocios, así como la mayor constancia y competencia en ellos son cualidades que pudieron, ciertamente, depender de factores de mentalidad. Pero de nuevo es necesario tener presentes las condiciones objetivas (principalmente económicas, pero también de otra índole) que modularon las actitudes concretas de inversión y comportamiento social de las elites burguesas en la Europa moderna.